
LECTURA Y LIBERTAD – PEDRO LAÍN ENTRALGO (CERVANTESVIRTUAL – PDF)
Día Internacional del Libro
¿POR QUÉ LA LECTURA ES MÁS IMPORTANTE AHORA QUE NUNCA?
Ahora más que nunca, en momentos en que numerosas escuelas en todo el mundo permanecen cerradas y las personas se ven obligadas a reducir el tiempo que pasan al aire libre, hay que aprovechar el poder de los libros. La lectura nos puede ayudar a combatir el aislamiento, reforzar los lazos entre las personas y ampliar nuestros horizontes, al tiempo que estimula nuestras mentes y nuestra creatividad.
Durante el mes de abril y todo el año, es fundamental tomarse el tiempo para leer solo o con los niños. El Día del Libro es un motivo para celebrar la importancia de la lectura, fomentar el crecimiento de los niños y niñas como lectores y promover el amor a la literatura.
A través de la lectura y la celebración del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, el 23 de abril, podemos abrirnos a los demás a pesar de la distancia, y viajar gracias a la imaginación.
Como cada año, les invitamos a celebrar este día con nosotros y a compartir los materiales visuales que ponemos a su disposición. La UNESCO difundirá citas, poemas y mensajes para simbolizar el poder de los libros y fomentar la lectura. Al compartir conocimientos, lecturas y libros hacemos comunidad y podemos conectar a lectores de todo el mundo, ayudándoles a paliar la soledad. Algunos autores muy reconocidos de la literatura hispana también se han querido sumar a la celebración de este año leyendo fragmentos de sus libros. Además, este año, la UNESCO propone un reto que consiste en crear un trampantojo con una portada de libro y compartir la foto en las redes sociales.
En estas circunstancias, invitamos a estudiantes, profesores, lectores de todo el mundo, así como a toda la industria del libro y los servicios de bibliotecas a dar testimonio y expresar su amor por la lectura.
¿QUÉ ES EL DÍA MUNDIAL DEL LIBRO Y DEL DERECHO DE AUTOR?
El Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor es una celebración para promover el disfrute de los libros y de la lectura. Cada 23 de abril, se suceden celebraciones en todo el mundo para dar a conocer el poder mágico de los libros –un nexo entre el pasado y el futuro, un puente entre generaciones y distintas culturas. En esta ocasión, la UNESCO y las organizaciones internacionales que representan a los tres principales sectores de la industria del libro -editores, libreros y bibliotecas– seleccionan una ciudad como Capital Mundial del Libro para mantener el impulso de las celebraciones de este día hasta el 23 de abril del año siguiente.
Proclamada por la Conferencia General de la UNESCO en 1995, esta fecha simbólica de la literatura universal coincide con la de la desaparición de los escritores William Shakespeare, Miguel de Cervantes e Inca Garcilaso de la Vega. Este día rinde homenaje a los libros y a los autores y fomenta el acceso a la lectura para el mayor número posible de personas. Trascendiendo las fronteras físicas, el libro representa una de las invenciones más bellas para compartir ideas y encarna un instrumento eficaz para luchar contra la pobreza y construir una paz sostenible
Al defender el libro y el derecho de autor, la UNESCO apoya la creatividad, la diversidad y la igualdad de acceso al conocimiento, en particular a través de su Red de Ciudades Creativas de la Literatura, la promoción de la alfabetización, el aprendizaje móvil y el libre acceso a los contenidos científicos y los recursos educativos. Con la participación activa de las partes interesadas –autores, editores, docentes, bibliotecarios, instituciones públicas y privadas, ONG humanitarias, medios de comunicación y cualquier otro interlocutor que se sienta implicado en esta celebración– el Día Mundial del Libro y el Derecho de Autor congrega a millones de personas en todo el mundo.
Cada año tiene lugar en la Sede de la UNESCO un importante evento: librerías, casas editoriales y artistas comparten su pasión por el libro y la lectura animando talleres para los jóvenes. La UNESCO les invita cordialmente a unirse a esta celebración, así como a situar al libro como vector del conocimiento, la comprensión mutua y la apertura del mundo a la diversidad.
Fuente: https://es.unesco.org/commemorations/worldbookday
¿Por qué el día del libro se celebra el 23 de abril?
El Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor fue fijado por la UNESCO en 1995. Y es que justo alrededor de esta fecha, el 23 de abril, murieron tres grandes de la literatura universal. Miguel de Cervantes (murió el 22 de abril y fue enterrado el día 23), William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
Sin embargo, muy poca gente conoce el origen español de esta iniciativa o el hecho de que en sus inicios se festejase en una fecha muy diferente: el 7 de octubre, cuando se creía que había nacido el creador del Quijote.
Inicialmente fue el escritor valenciano Vicente Clavel el que impulsó la propuesta que se presentó en la Cámara Oficial del Libro de Barcelona en 1923 para dedicar un día de cada año a celebrar la Fiesta del Libro. Dos años después, Clavel reiteró su proposición en Cataluña e inició estas mismas gestiones en Madrid.
Por fin, el 6 de febrero de 1926, el rey Alfonso XIII aprobó y firmó el Real Decreto por el que se estipulaba que el 7 de octubre de todos los años se conmemoraría el nacimiento de Cervantes con una fiesta dedicada al libro español.
Durante casi 5 años se celebró en esta fecha, pero al poco tiempo surgieron las dudas y críticas al día elegido. Por una parte porque no se sabe a ciencia cierta el día exacto del nacimiento del maestro de las letras castellanas. Y por otra parte porque, teniendo en cuenta que se trata de una festividad callejera, se prestaba más a que fuera en primavera, con el buen tiempo, que no durante el plomizo otoño.
CAMBIO DE LA FIESTA: DEL 7 DE OCTUBRE AL 23 DE ABRIL
Finalmente, en 1930, se se acordó trasladar la Fiesta del Libro al 23 de abril de manera definitiva. La publicación de novedades y la organización de actos de firmas de ejemplares con los autores, tradición que hay llegado hasta nuestros días, comenzaron a generalizarse también a partir de esa fecha.
Mucho tiempo después, en 1995, el gobierno español presentó a la UNESCO la propuesta de la Unión Internacional de Editores para establecer esta primaveral fecha como Día del Libro a nivel mundial. Y la respuesta no se hizo esperar, aprobándose ese mismo año.
Años más tarde, la UNESCO promovió una nueva iniciativa relacionada con el mundo de las letras: el nombramiento anual de una ciudad como Capital Mundial del Libro. La decisión la toman la Unión Internacional de Editores, la Federación Internacional de Libreros y la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas. La primera ciudad elegida, en 2001, fue precisamente Madrid; en 2023, la seleccionada ha sido Accra, en Ghana.
Los beneficios de la lectura
Dicen que a la lectura sólo hay que dedicarle los ratos perdidos, que se pierde vida mientras se lee. Lo cierto es que, agradable pasatiempo para muchos, obligación para otros, leer es un beneficioso ejercicio mental. Rendir culto al cuerpo está en boga, pero ¿y dedicar tiempo al cultivo de la mente? “Al igual que nos cuidamos y vamos cada vez más al gimnasio, deberíamos dedicar media hora diaria a la lectura”, sostiene el escritor catalán Emili Teixidor, autor de La lectura y la vida (Columna) y de la exitosa novela que inspiró la película Pa negre.
Favorecer la concentración y la empatía, prevenir la degeneración cognitiva y hasta predecir el éxito profesional son sólo algunos de los beneficios encubiertos de la lectura. Sin contar que “el acto de leer forma parte del acto de vivir”, dice el ex ministro Ángel Gabilondo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del reciente ensayo Darse a la lectura (RBA). Para Gabilondo, la lectura “crea, recrea y transforma. Una buena selección de libros es como una buena selección de alimentos: nutre”.
De la lectura de los primeros jeroglíficos esculpidos en piedra a la de la tinta de los pergaminos, o a la lectura digital, el hábito lector ha discurrido de la mano de la historia de la humanidad. Si la invención de la escritura supuso la separación de la prehistoria de la historia, la lectura descodificó los hechos que acontecían en cada época. Los primeros que leyeron con avidez fueron los griegos, aunque fuesen sus esclavos quienes narraban en voz alta los textos a sus amos. Siglos más tarde, la lectura se volvió una actividad silenciosa y personal, se comenzó a leer hacia el interior del alma. “Los grecolatinos vinculaban la lectura a la lista de actividades que había que hacer cada día”, sostiene Gabilondo. “Convirtieron el pasatiempo en un ejercicio: el sano ejercicio de leer”. Fueron los romanos quienes acuñaron el “nulla dies sine linea” (ni un día sin [leer] una línea).
¿Por qué es tan saludable? “La lectura es el único instrumento que tiene el cerebro para progresar –considera Emili Teixidor–, nos da el alimento que hace vivir al cerebro”. Ejercitar la mente mediante la lectura favorece la concentración. A pesar de que, tras su aprendizaje, la lectura parece un proceso que ocurre de forma innata en nuestra mente, leer es una actividad antinatural. El humano lector surgió de su constante lucha contra la distracción, porque el estado natural del cerebro tiende a despistarse ante cualquier nuevo estímulo. No estar alerta, según la psicología evolutiva, podía costar la vida de nuestros ancestros: si un cazador no atendía a los estímulos que lo rodeaban era devorado o moría de hambre por no saber localizar las fuentes de alimentos. Por ello, permanecer inmóvil concentrado en un proceso como la lectura es antinatural.
Según Vaughan Bell, polifacético psicólogo e investigador del King’s College de Londres, “la capacidad de concentrarse en una sola tarea sin interrupciones representa una anomalía en la historia de nuestro desarrollo psicológico”. Y aunque antes de la lectura cazadores y artesanos habían cultivado su capacidad de atención, lo cierto es que sólo la actividad lectora exige “la concentración profunda al combinar el desciframiento del texto y la interpretación de su significado”, dice el pensador Nicholas Carr en su libro Superficiales (Taurus). Aunque la lectura sea un proceso forzado, la mente recrea cada palabra activando numerosas vibraciones intelectuales.
En este preciso instante, mientras usted lee este texto, el hemisferio izquierdo de su cerebro está trabajando a alta velocidad para activar diferentes áreas. Sus ojos recorren el texto buscando reconocer la forma de cada letra, y su corteza inferotemporal, área del cerebro especializada en detectar palabras escritas, se activa, transmitiendo la información hacia otras regiones cerebrales. Su cerebro repetirá constantemente este complejo proceso mientras usted siga leyendo el texto.
La actividad de leer, que el cerebro lleva a cabo con tanta naturalidad, tiene repercusiones en el desarrollo intelectual. “La capacidad lectora modifica el cerebro”, afirma el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France en su libro Les neurones de la lecture (Odile Jacob). Es así: hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora y más neuronas en los cerebros que leen. El neurocientífico Alexandre Castro-Caldas y su equipo de la Universidad Católica Portuguesa lo demostraron en uno de sus estudios, junto a otro curioso dato: comparando los cerebros de personas analfabetas con los de lectores, se verificó que los analfabetos oyen peor.
“Hay que leer con intensidad, despacio, con cuidado, viviendo la vida de las palabras”, dice Gabilondo. Al cobrar vida cada palabra, la imaginación echa a volar. El poder de la mente es tan fuerte que recrea lo imaginado, activando las mismas áreas cerebrales que se accionarían si se ejecutara la acción en la realidad. Lo demuestra un estudio de la Universidad de Washington a cargo de la psicóloga Nicole K. Speer. En un artículo publicado en la revista Psychological Science en el 2009, Speer afirma: “Los lectores simulan mentalmente cada nueva situación que se encuentran en una narración. Los detalles de las acciones registrados en el texto se integran en el conocimiento personal de las experiencias pasadas”.
Además de alimentar la imaginación y favorecer la concentración, la lectura ayuda a mejorar algunas habilidades sociales, como la empatía. Un ávido lector rápido aprende a identificarse con los personajes de las historias que lee y, como bien sostiene Emili Teixidor, “está más dispuesto a abrirse a otras vidas”. El psicólogo Raymond Mar y su equipo de la Universidad de Toronto probaron en el 2006 que las personas que consumen novelas son más empáticas respecto a los lectores de libros especializados o los no lectores. Al medir las habilidades sociales y el modo de interactuar de los dos tipos de lectores, los lectores de géneros literarios resultaron tener una mayor facilidad para ponerse en la piel del otro.
Pero no sólo es más empático quien lee, sino también mejor orador. Como dijo Cicerón, “a hablar no se aprende hablando, sino leyendo”. Lejos de la imagen solitaria e introvertida con la que se identifica al lector, lo cierto es que las personas lectoras desarrollan más sus habilidades comunicativas. “Al enriquecer el vocabulario y mejorar la sintaxis y la gramática; aprendemos a hablar adecuada y justamente”, sostiene Gabilondo. Hacer un correcto uso del lenguaje está bien valorado socialmente, por ello, quienes nutren su dialéctica mediante el hábito lector son percibidos por los otros como personas con gran capacidad de liderazgo. Son más apreciados profesionalmente. Según un estudio de la Universidad de Oxford, la lectura por placer predice el éxito profesional. Quien fue un ávido lector en su adolescencia tiene más posibilidades de triunfar en su madurez. Durante más de dos décadas, el equipo de investigación del psicólogo Mark Taylor analizó los hábitos y actividades de casi 20.000 jóvenes con ánimo de conocer qué actividades predecían el éxito profesional al cumplir 30. Ninguna práctica extracurricular –como hacer deporte o ir al cine–, evaluadas junto a la lectura, lograron tener un impacto significativo en el éxito profesional. Sólo la lectura. Las mujeres que a los 16 años leían libros por puro placer tenían el 39% de probabilidades de alcanzar un puesto de gerencia frente al 25% de las mujeres no lectoras. Para los hombres, que suelen tener más posibilidades de llegar a altos puestos directivos, la cifra pasaba de un 48% entre quienes no leían a los 16 años, a un 58% entre los que sí lo hacían.
Claro que también hay que leer en la madurez y en la vejez. El ejercicio de leer cobra sentido al final de nuestras vidas. Neurólogos y psicólogos recomiendan “la lectura como método preventivo del alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas”, señala el doctor Pablo Martínez-Lage, coordinador del grupo de estudio de conductas y demencias de la Sociedad Española de Neurología. Cuando una persona comienza a padecer síntomas de demencia y a perder autonomía, influyen dos factores: las lesiones que ha producido la enfermedad y la pérdida de la capacidad de compensar. Compensar es poner a funcionar áreas del cerebro que antes no funcionaban, poner en marcha la reserva cognitiva, es decir, la capacidad intelectual acumulada a lo largo de su vida mediante conocimientos y actividades intelectuales. Para disponer de una buena reserva cognitiva es importante tener una vida intelectualmente activa. “Quienes se mantienen mentalmente en forma a lo largo de su vida, corren menos riesgo de padecer alzheimer, parkinson o enfermedades cardiovasculares”, concluye Martínez-Lage.
Los beneficios de la lectura no son únicamente personales. “Leer no sólo afecta a la cultura social, sino también a la economía y al comercio de un pueblo”, sostiene Emili Teixidor. Para el escritor, la lectura ayuda a exportar cultura fuera de nuestro país: “Ya que España no tiene petróleo, ¡tendrá que exportar inteligencia!”. También cabe recordar que a lo largo de la historia la lectura siempre fue uno de los vehículos de la democracia. “En países autoritarios la lectura siempre estará perseguida por contribuir a desarrollar la libertad de expresión, la cultura y la información”, afirma César Antonio Molina, ex ministro de Cultura y director de la Casa del Lector. Leer siempre tuvo el poder de transformar la sociedad, “y, si no, ¡fíjese en todos los que leyeron los evangelios!”, sostiene Teixidor. El escritor recuerda una anécdota, “ahora en el quiosco venden muy barato el Manifiesto Comunista de Karl Marx, en mis tiempos de estudiante hubieran perseguido al quiosquero“. Muchos libros fueron la clave del desarrollo de algunos acontecimientos históricos y ahora, en momentos de incertidumbre y crisis, la lectura debería adquirir protagonismo. No sólo como buena compañera de viaje para evadir y serenar. “No hay que refugiarse en la lectura, sino emplear su capacidad de modificar el estado de las cosas”, dice Gabilondo. Según el filósofo, hay que utilizar el poder de la lectura para transformar la sociedad.
El efecto contagio
El éxito educacional de un niño no depende tanto del estatus socioeconómico de su familia como de que sepa disfrutar de la lectura. “No importa qué, ni cuánto se lea, lo importante es leer”, dice Emili Teixidor. En su libro La lectura y la vida (Columna), el escritor da algunas claves imprescindibles para contagiar el hábito lector, “aunque cada maestrillo tenga su librillo”, afirma. El primero de los trucos es predicar con el ejemplo, “si quieres cambiar el mundo, por dónde empezarías, ¿por ti o por lo demás?”, dice. Tanto padres como educadores deben leer delante de los niños para lograr despertar su interés.
Las lecturas obligatorias a las que se somete a los más pequeños son contraproducentes, según Teixidor. Cada uno debería encontrar su camino y saber qué quiere leer, qué tipo de narración es la más adecuada para él, “yo, por ejemplo, encuentro fantástico poder conversar con Séneca y con Cicerón –afirma– y sé que muchos otros no soportarían la lectura de los clásicos”. Con lo que está de acuerdo el escritor es con la denominada “hora del silencio”, cuya aplicación se ha puesto de moda en algunos colegios. “Es una hora en la que lee todo el centro, desde los alumnos hasta la directora o el conserje –cuenta– .Lo importante es facilitar tiempos y espacios para aprender la disciplina de leer diariamente”. La planificación de la lectura es un importante elemento para desarrollar el hábito lector.
Pero, sin duda, el mejor truco para incentivar la lectura es expandir la curiosidad desbocada, la pasión por descubrir mundos, por conocer personajes, hechos e historias. “Un maestro siempre comenzaba sus clases hablando de dos libros: el primero lo recomendaba y el segundo lo prohibía diciendo que sólo podía leerlo él”, recuerda Teixidor. El libro prohibido era mucho más leído por sus alumnos que el que inicialmente había recomendado”. La curiosidad siempre mata al gato, potenciarla en lo que a la lectura se refiere, siempre es un gran aliado.
De tabla en tabla
Placas de arcilla
En el IV milenio a.C. nace en Mesopotamia la escritura cuneiforme, madre de todas las formas de expresión escrita. Los primeros escritos se recogieron en vasijas o placas de arcilla. Los moldes húmedos de arcilla se grababan con la punta de una caña hueca
y luego se dejaban secar
Tablas de madera
Usadas por sumerios y egipcios, las tablillas de madera se utilizaron simultáneamente junto al papiro. La madera se barnizaba para blanquearla, se recubría de cera para alisarla y eliminar grietas, o se estucaba. En China, este soporte fue muy utilizado para fabricar sellos o grabar signos.
Tablillas de cera
Los grecolatinos blanqueaban con barniz o cal las tablillas para registrar los documentos administrativos de su civilización. Fue un gran avance, el texto se podía borrar y volver a grabar en la misma tablilla una y otra vez. Dieron origen a los códices, padres de nuestros actuales libros
El papiro
Junto al Nilo crecía una planta, la Cyperus papyrus, a la que se le atribuyó la utilidad de ser un buen soporte para la escritura. Tallada en finas láminas, alisadas y secadas, y unidas con un pegamiento hecho con vinagre, agua y harina, se configuraron los primeros rollos de papiro
El pergamino
La lucha entre Alejandría y la ciudad de Pérgamo (actual Turquía) por poseer la mejor biblioteca, dio lugar a que los egipcios cortaran el suministro de papiro a sus competidores. Estos, obligados a desarrollar un nuevo soporte, crearon el pergamino tratando pieles de animales
El papel
Descubierto por un oficial chino en el 105 d.C., su uso lo extendieron los árabes al derrotar al imperio chino en Samarcanda y copiar la técnica. El papel se hacía con lino y cáñamo fermentados para formar una masa fina que, a golpes, se convertía en una base de celulosa
El ordenador
Desde la invención del papel, durante siglos la lectura se ha llevado a cabo en el mismo soporte. Pero la invención del primer ordenador en el 1973 fue el detonante de la actual era digital, en la que se lee en nuevos soportes basados en pantallas programadas por códigos alfanuméricos
E-book
Es la versión electrónica o digital del libro, su función es exclusivamente servir como soporte para la lectura. Junto a ellos, nace la tinta electrónica, una tecnología que permite crear pantallas planas tan delgadas como un papel. Los e-books pueden contener imágenes, gráficos o sonidos para completar la narración
Tabletas
Han revolucionado el mundo de los dispositivos electrónicos de lectura al ser un híbrido entre e-books y ordenadores. No solo permiten leer libros digitales, sino también navegar por internet o descargar y consultar revistas. Un defecto, fatigan más la vista que los e-books ya que no poseen tinta electrónica
Sacar tiempo
Cada vez parece más difícil encontrarle un hueco a la lectura. El tiempo pasa entre el trabajo, navegar por internet, hacer deporte o salir con los amigos. Pero ¿cuándo hay tiempo para leer?
Aunque en España el 58% de las personas mayores de 14 años afirman leer frecuentemente, al preguntar por la falta de interés hacia la lectura tanto a lectores ocasionales como a no lectores, ambos dicen no disponer del tiempo suficiente. Además, por cada edad hay una razón distinta. Según un estudio elaborado por la Federación de Gremios de Editores, los españoles entre los 25 y los 54 años –la franja más activa desde el punto de vista laboral–, admiten no poder dedicarse a la lectura por falta de tiempo. Por lo que se refiere a los jóvenes no lectores entre los 14 y 24 años la motivación es sencilla: no leen porque no tienen interés o porque no les gusta. En cambio, los mayores de 65 años, al ver reducidas progresivamente sus facultades visuales, no logran dedicarse concreta y asiduamente a la lectura.
Los 5 beneficios psicológicos de la lectura en los que no habías caído
Hoy se celebra el ‘Día del libro’ y todos empezaremos a leer listas y listas de novelas imprescindibles para este año, los mejores por géneros, los mejores por temática, los más vendidos estas fechas… Pero ¿qué nos aporta realmente la lectura en términos psicológicos? Pues muchas cosas y muy buenas, y es importante que seamos conscientes de ello. Al menos hay cinco beneficios —señalan desde TherapyChat—para que, aunque tengas tu agenda llena y creas que no puedes sacar tiempo, hagas un esfuerzo y te animes a seguir leyendo esa novela que te engancha y no te suelta:
Ayuda a reducir el estrés. En el mundo en el que vivimos es fundamental encontrar actividades que provoquen esto. Leer puede transportarnos a realidades muy distintas a la nuestra y esto puede darle un descanso a nuestra mente para que se olvide durante ese tiempo de las tareas que tenemos pendientes, de problemas o de situaciones cotidianas del día a día que nos estresan. La lectura es una tarea que nos permite tener la sensación de estar fluyendo y de pérdida de noción del tiempo , y este tipo de tareas ayudan a nuestro bienestar emocional.
Nos hace más empáticos. Al leer, nos identificamos con los personajes, entendemos y vivimos sus emociones. Como sabemos, leer supone ponernos en contacto con historias y con personas, aunque sean ficticios, y ver cómo se desarrolla su vida, las decisiones que toman y las situaciones que viven y esto, claro, nos permite entender cómo piensan y cómo se pueden sentir otras personas. Estar en contacto con realidades distintas a la nuestra, aunque sea a través de la lectura, nos puede ayudar a poner en perspectiva nuestros problemas y los de los demás y, sobre todo, a esforzarnos para entender y respetar las vivencias del otro.
Mejora la flexibilidad mental. Leer poemas, novelas, textos complejos o cualquier cosa que te anime a reflexionar sobre distintas situaciones, incluso sobre ti mismo, puede ayudarnos a mejorar nuestra flexibilidad mental y nuestra creatividad.
Mayor conectividad entre neuronas. La lectura estimula que ciertos grupos de neuronas se activen simultáneamente, reforzando la red que establecen entre ellas. Esto ocurre, por ejemplo, con las zonas relacionadas con el lenguaje, el pensamiento simbólico, la visión espacial y la conciencia del cuerpo dentro del espacio; ya que como hemos dicho, leer es casi como vivir la historia en nuestra propia piel. Mantener la mente activa con la lectura ayuda a mantener el cerebro fuerte , mejorando la memoria, la capacidad de concentración y la capacidad de comunicación.
Descansa nuestro cuerpo. Parece algo evidente y quizás por ello no lo valoremos tanto, pero la lectura es una actividad que permite que nuestro cuerpo pueda descansar, puesto que se trata de una actividad que no requiere movimiento por nuestra parte.
«Leer hace que vivamos las historias de los personajes que habitan nuestras lecturas como propias y esto hace que se activen nuestras neuronas espejo, implicadas en unos procesos fundamentales, los procesos de empatía», explica Aída Rubio, coordinadora del equipo de psicólogos de TherapyChat.
Un problema que aseguran tener muchas personas, debido a su apretada agenda, es que no tienen tiempo para incorporar el hábito de lectura a su día a día. Por si tú eres uno de ellos, desde esta organización también aportan varios consejos para que sí puedas encontrarle un hueco:
Momentos de desconexión. Como todo hábito, toma tiempo adaptarse y para incorporarlo a nuestra rutina lo principal es ser constante. Por esta razón, es interesante aprovechar los momentos del día que tenemos libres o en los que necesitamos desconectar. En el transporte público, justo antes de irte a dormir, después de comer mientras te tomas un café o, incluso, por la mañana antes de empezar tu día.
Leer debe estar asociado al placer. Debe ser un momento para ti, un momento que disfrutas. No debe ser una actividad obligada o que te suponga una carga extra, que no te importe si terminar un libro te lleva semanas o más tiempo del que esperabas. Es preferible ir a tu ritmo y que la lectura siga siendo un placer para ti y no una obligación más.
Encuentra tu libro. Quizás no eres un lector al que le apasionen los clásicos o textos muy complejos, no pasa nada, si quieres desarrollar el hábito de la lectura lo mejor es que empieces por las cosas que más te interesen o más te enganchen. De hecho, una vez que ya tengas el hábito más arraigado, puede que te surja la necesidad de empezar a leer otro tipo de cosas. Y un truco rápido para encontrar tu libro : piensa en algo muy específico, un tema muy concreto que te interese y busca historias sobre ello, sobre una época, un lugar específico, un autor que siempre te engancha… de esta manera podrás acertar más fácilmente.
Descubre tu lugar de lectura. No hay un lugar bueno o malo para leer. Hay personas que disfrutan de la lectura en el sofá debajo de una manta, otras que prefieren hacerlo en la cama antes de dormir, otras en el transporte público. Lo cierto es que tú tienes que encontrar el lugar que a ti más te funcione. Independientemente de dónde sea, lo que sí debemos encontrar es algo cómodo, bien iluminado y sin grandes distracciones, esto te vendrá muy bien si estás intentando desarrollar o recuperar tu hábito lector.
Ya no hay excusas. Ya sabemos cómo fomentar nuestro hábito lector y conocemos los beneficios psicológicos que nos proporciona la lectura, así que es hora de ponerse manos a la obra.
Leer es un acto revolucionario
No hay críticos literarios tan perspicaces como la gente que no lee, es un hecho. Hace unos días la pasajera de un avión procedente de Turquía iba leyendo un libro sobre cultura siria (Syria speaks: Art and Culture from the Frontline) y terminó en un despacho del aeropuerto de Doncaster rodeada por varios policías que le preguntaban sin rodeos qué diablos estaba leyendo. A una azafata el título le dio repelús y avisó al piloto quien a su vez avisó a las autoridades en tierra. Faizah Shasheen, psicoterapeuta de ojos almendrados, confesó casi en seguida la verdad: estaba leyendo un libro. Ya que el libro no era el Corán y que llevaba en su título las palabras «arte» y «cultura», las posibilidades de que trabajase para el ISIS se reducían mucho, pero aun así la policía no se quedó tranquila y prosiguió el interrogatorio durante quince minutos.
No se equivocaban, sin embargo, en la sospecha de que los libros son peligrosos y la lectura una actividad subversiva. Está comprobado históricamente que las prohibiciones o la censura no valen de nada contra ella. Basta quemar un libro o retirarlo de la circulación para que empiece a florecer en manuscritos y fotocopias que van pasando de mano en mano. Por eso el neoliberalismo, tan liberal él, ha decidido cambiar de táctica y luchar contra el vicio de leer mediante el sencillo procedimiento de enterrar entre toneladas de papelería un solo gramo de literatura valiosa. Por una novela que vale la pena, por un ensayo que dice algo importante, por un poema de verdad, se publican (y se publicitan) millares de libros de mierda, con presentadores televisivos recauchutados en novelistas playeros, famosos catódicos metidos a filósofos de piscina y poetas repentinos que escriben endecasílabos con alevosía y sin premeditación. No hay ningún peligro de que ninguno de estos productos caducifolios dañe su corazón, golpee su cabeza o desgarre sus más íntimas convicciones: valen menos que la tinta y el papel en que están escritos. Son inodoros, incoloros e insípidos; como dice mi amigo, el poeta Jesús Urceloy, son «libros Ariel»: entras blanco y sales blanquísimo.
El cómico Bill Hicks contaba que una noche que estaba cenando en una hamburguesería y hacía tiempo leyendo una novela, se le acercó una camarera mascando chicle y le preguntó: «¿Para qué estás leyendo?» Hicks se quedó bastante sorprendido porque era la primera vez que alguien quería saber para qué: normalmente la pregunta se refería a qué diablos hacía leyendo. «Bueno» respondió Hicks, «supongo que leo para no terminar de camarera en un hamburguesería, creo que eso está bastante alto en mi escala de valores». Hicks se equivocaba de cabo a rabo: con un currículum similar podría terminar de presidente del gobierno.
Dentro del amplio sector de los no lectores, los aduaneros son los críticos literarios más despiadados con mucha diferencia. En cualquiera de mis viajes, sea al país que sea, jamás se me ocurriría rellenar la casilla referente a profesión con el título de «escritor», «periodista» o «columnista» (lo de «novelista» equivaldría directamente al suicidio). La cultura siempre es una actividad subversiva, como bien sabe mi amigo Javier Blanco Urgoiti a quien un día, cuando estaba en Eslovaquia con unos amigos, se le ocurrió ir a Uzghorod, en Ucrania, para poner una estampilla más en el pasaporte. De paso, aprovecharon para visitar una iglesia ortodoxa y disfrutar un buen rato con el misterio de la liturgia. De regreso, a los guardias de la aduana les pareció muy extraño que hubiesen permanecido apenas un día en el país únicamente para ver Uzghorod, una ciudad donde no hay nada que ver. Los interrogaron incansablemente durante varias horas, hasta que al final, cuando ya estaban pensando en desmontar el coche, entró un oficial de alto rango que hablaba castellano. «Decid la verdad» dijo sonriendo. «Habéis ido de putas, ¿a que sí?». A Javier se le iluminó la cara. Claro, de putas, cómo no se le había ocurrido antes. Los aduaneros estallaron en risotadas cuando lo tradujo. El oficial le dio un codazo mientras les devolvían los pasaportes. «Están buenas nuestras mujeres, ¿eh? Haberlo dicho antes, hombre».
Fuente: https://blogs.publico.es/davidtorres/2016/08/25/leer-es-un-acto-revolucionario/
La lectura como acto revolucionario
Mario Mendoza acude a su lema personal, «Leer es resistir», para dar nombre a su publicación más reciente: un libro de relatos que rinde homenaje a la cultura y el conocimiento, a la vez que analiza diversas problemáticas de nuestro presente.
Tomé un bus de Transmilenio para regresar a la oficina luego de dos semanas de vacaciones. Eran las nueve de la mañana cuando me senté, saqué el celular y continué la lectura que había empezado en mi Kindle la noche anterior. En la siguiente estación se subió un muchacho, seguramente con rumbo a la universidad. Al darse cuenta de que yo estaba leyendo, me sonrió y tomo asiento a mi lado. Abrió su morral y sacó un ejemplar de «Las flores del mal» del poeta y ensayista francés Charles Baudelaire, mismo a quien Mario Mendoza referenciaba en el apartado que yo transitaba de «Leer es resistir», su libro más reciente,
Dijo Borges que “todo encuentro casual es una cita”, y de coincidencias como la mía está llena esta especie de autobiografía, este ejercicio de reconstrucción de una carrera con base en las experiencias, las lecturas, las personas y el arte que ha pasado por la vida de uno de los promotores de lectura más grandes que tiene este país, causante de que miles de jóvenes sean ahora lectores, y que quedan consignadas en las pasadas 300 páginas de este libro de relatos.
Mendoza empezó a escribirlo en pleno confinamiento por la pandemia del COVID-19, albergado por la incertidumbre que gobernó al mundo por esos días y ante la que la literatura sirvió de bálsamo. Porque como el mismo autor dice, “si el libro es un poder en sí mismo, la literatura es un doble poder porque esconde secretos que desdoblan al lector, que lo sacan de su yo, de su identidad, que lo obligan a entrar en un trance misterioso”.
Al igual que Tintín, el intrépido y aventurero reportero creado por el historietista belga Hergé, el escritor bogotano nació un 10 de enero y descubrió el poder de los libros a los siete años mientras estaba internado en el hospital por una peritonitis gangrenosa. A partir de allí, las letras lo han acompañado sin excusas, sin importar si vivía en el centro de Bogotá con pocos pesos, si se había aventurado al Mediterráneo en busca de certezas, ni tampoco si dejó tirada una beca para un doctorado.
Somos la suma de quienes nos rodean, de lo que leemos, lo que vemos, lo que vivimos y también de lo que no. Y eso queda claro en el rompecabezas que arma Mendoza en las tres partes de su libro: Bordes, Pasadizos y Extramuros. Una línea de construcción personal, de formación intelectual y de entendimiento del mundo, de la realidad y del individuo, con sus claros y oscuros. A partir de esta, el autor comparte sin restricciones sus encuentros con las lecturas que lo formaron, con las marcas que el conocimiento, la crítica y la formación tatuaron en él. Citas y cafés a través de páginas con personajes como Stefan Zweig, Herman Hesse, Emily Dickinson, Jack Kerouac, Antonio Muñoz Molina, Alan Watts, Andrés Caicedo, Edgar Allan Poe, Marvel Moreno, Jorge Zalamea Borda, Virginia Woolf, Marguerite Duras, Juan José Millás, Virgil Gheorghiu, Ernest Hemingway, Samuel Becket y el ya nombrado Baudelaire, entre muchos otros nombres que se suman a la invaluable bibliografía que nos regala este texto.
A partir de allí, el rompecabezas pasa a manos del lector o la lectora, quien relato a relato encontrará los fundamentos de la férrea defensa que Mario Mendoza hace por la lectura, por calificarla como un acto invaluable y definitivo, porque “leer es una fuerza que significa emancipación, resistencia y resiliencia”, una luz capaz de transformarlo todo.
En ese momento el texto explota. Las reflexiones de Mario a través de sus pasos transmutan en una defensa a la ilustración y el humanismo, en una invitación abierta a quien interactúa con él a través de la palabra: un manifiesto por la rebeldía, la pregunta y la otredad. Se plantea una conversación profunda y necesaria sobre la valía de la creatividad y la imaginación como escudos ante la injusticia y la desigualdad, sobre las élites que oprimen y ahogan todo lo que no consideren “correcto” y sobre un sistema que nos empuja a ser simples autómatas sin capacidad de cuestionar lo que ocurre a su alrededor, además de otros asuntos.
Pero a su vez el pensador colombiano propone salidas. Habla de empatía y de encarnar el dolor de los demás, de hacer lo que amamos, entender y abrazar la diferencia, dar oportunidades, valorar cada instante, no conformarnos ni tragar entero y ver en la cultura y la educación herramientas de transformación únicas. A propósito, una de mis citas favoritas del libro dice que hay que “educar a las nuevas generaciones para que sean más críticas, más lúcidas y más democráticas”.
Algo muy atractivo en el contenido de esta obra son las reflexiones que constantemente hace Mendoza sobre el oficio del escritor, sobre la claridad que proporciona en algunos aspectos y la maldición que significa en otros. En esta suerte de diario cuenta algunas de las vivencias que lo marcaron y lo hicieron lo que es hoy en día, con sus retazos de gloria y los episodios difíciles: un trabajador incansable que no quiso seguir la ruta del establecimiento, sino que se calzó las botas y eligió contar las historias que la crítica especializada y los grandes académicos desprecian, pero que han enamorado y representado la realidad de una legión de lectores que no para de crecer. Para mí, eso es algo poderosamente valiente y valioso. “No se escribe para aparecer en periódicos y revistas, sino para entregar lo mejor de sí mismo en un acto de generosidad absoluta”, dice el autor en las páginas de este libro.
Sin embargo, «Leer es resistir» posee algo más mágico aún y es la bella reivindicación que hace del derecho de los lectores a hacer su propio camino junto a la literatura, a disfrutar de las historias que quieran y no de las que el statu quo les impone. Porque, al final de cuentas, “las páginas que amamos, en medio del infierno que vivimos día a día, son nuestra única redención posible”.
Fuente: https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/la-lectura-como-acto-revolucionario/
La libertad y el placer de la lectura
La historia, con mayúsculas, empezó en Sumeria -lo que hoy es la martirizada tierra de Irak- hace unos 5.000 o 6.000 años.Imaginamos que tras siglos de tentativas más o menos fructuosas o estériles, de avances y de retrocesos, el ser humano logró entrar en ese mundo siempre maravilloso y enigmático, sin lugar a dudas, que es la escritura.
Desde el complejo texto cuneiforme sobre una tabilla de arcilla, realizado con una caña que hace pequeñas cuñas (de ahí el nombre de esa escritura primigenia), el proceso avanzó de manera espectacular, con increíbles cambios en el tipo de escritura (los fenicios mejoraron esencialmente el proceso, pasando de una escritura ideográfica y silábica al primer alfabeto hasta ahora conocido) y, en no menor medida, en los soportes sobre los que se escribía y en los materiales diversos que había que utilizar para ello.
Así se pasó desde la citada lámina de arcilla al papiro de Egipto y de éste al pergamino (de Pérgamo, en el Asia Menor, en lo que actualmente es Turquía), hasta llegar, muy posteriormente, al papel, traído a Occidente por los árabes desde China, donde fue inventado. En cuanto a las formas de esos soportes de lo escrito, se pasó desde el rollo de papiro y pergamino al códice, el formato de libro tal como lo conocemos y usamos hoy en día.
Hasta aquí estamos hablando de una escritura manuscrita, entendiento por tal la que se realiza mediante la mano de quien elabora el texto. A mediados del siglo XV un alemán, Gutenberg, lleva a cabo la que sin dudas es una de las más grandes revoluciones de todos los tiempos: la imprenta.
El libro deja de ser el producto de copias a mano para pasar a ser el resultado de la acción de una máquina. La velocidad de confección de cada libro se multiplica exponencialmente respecto a lo que tardaba un monje medieval en copiar un códice.
Los cambios no paran ahí y el siglo XIX ve la aparición de la imprenta industrial, una nueva multiplicación en el tiempo de confección del libro con referencia a la imprenta artesanal de Gutenberg, que prácticamente permaneció inmutable desde el siglo XV hasta el citado siglo XIX.
El último cambio -otra revolución, indudablemente- ha venido dada por la aparición arrolladora de las tecnologías de la información y de la comunicación: las conocidas TIC.
Pero hay algo que, en esencia, sigue permaneciendo inmutable desde los sumerios hasta ahora: la lectura. Cierto es que a lo largo de los siglos han ido cambiando las maneras de llevarla a cabo, de modo que se ha pasado de una lectura colectiva a otra individual.
Así, entre los griegos de la Academia platónica o del Liceo aristotélico era uno quien leía mientras los demás escuchaban, y luego se producía el comentario con la participación de todos los oyentes, en una especie de puesta en común de lo leído, rayando las más de las veces lo que hoy día llamaríamos brainstorming o, si lo quieren en castizo, lluvia de ideas.
Otro cambio en las manera de leer fue el paso desde la lectura en voz alta a la lectura en silencio. Durante muchos siglos se hizo en voz alta, de modo que en los conventos benedictinos estos monjes, los más decididamente defensores de la lectura, practicaban la lectio para que quienes no sabían leer -la inmensa mayoría de la población en la época-, pudiesen llegar al objetivo perseguido: la meditatio, siempre en torno a las Sagradas Escrituras.
De entre la infinita cantidad de anécdotas que se han producido a lo largo de la Historia, respecto a la lectura en voz alta de uno que lee para un grupo que escucha, he aquí una realmente curiosa. En Cuba, incluso hoy en día sigue habiendo fábricas de tabaco en las que una persona lee para los trabajadores, que mientras le escuchan se dedican a liar a mano los cigarros puros -indudablemente los mejores del mundo-. Pues bien, hace mucho tiempo, una de aquellas lecturas fue El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. La novela del escritor francés gustó tanto que los trabajadores se dirigieron al famoso novelista pidiéndole su permiso para bautizar con su nombre una de las más preciadas labores que llevaban a cabo. He ahí el origen del nombre de los afamados cigarros puros Montecristo.
En lo esencial, el proceso de la lectura ha permanecido inmutable desde el tiempo de los sumerios; esa permanencia casi sin cambios viene dada por algo que, de tan usual y repetido como proceso, nos pasa generalmente desapercibido. Mediante la lectura superamos las barreras del espacio y del tiempo.
Leamos, por ejemplo, el párrafo inicial del capítulo uno del Libro Primero del Heike Monogatari (El Cantar de Heike, poema épico clásico de la literatura japonesa): «En el sonido de las campanas del monasterio de Gion resuena la caducidad de todas las cosas. En el color siempre cambiante del arbusto de shara se recuerda la ley terrenal de que toda gloria encuentra su fin.Como el sueño de una noche de primavera, así de fugaz es el poder del orgulloso. Como el polvo que dispersa el viento, así los fuertes desaparecen de la tierra».
Se nos cuenta en esta obra, escrita a principios del siglo XII, la historia de los Heike, una familia de guerreros: su llegada a la cima del poder, y su posterior e inevitable decadencia.Este libro nos hace cercana una historia escrita en el otro extremo del mundo, en Japón.
Pero la lectura nos sirve también para superar la barrera del tiempo. Veamos: «Se ha de quebrar la humanidad como caña de cañaveral.El mejor de los muchachos, la mejor de las muchachas, la mano de la muerte se los lleva. La muerte, que nadie ha visto, cuyo rostro ninguno ha contemplado ni escuchado su voz. ¡La muerte cruel que quiebra a los hombres! ¿Acaso construimos nuestras casas para siempre? ¿Contraemos compromisos para siempre? ¿Repartimos un patrimonio para siempre? …Tantos rostros que veían el sol y de golpe ya no queda nada…». Este párrafo pertenece a la tablilla número XI de la Epopeya de Gilgamesh, «el hombre que no quería morir». Fue escrito hacia el año 2650 antes de Cristo, por los sumerios, probablemente en la ciudad de Uruk, en lo que es ahora Irak. Han pasado cerca de 5.000 años y ese trágico lamento de Gilgamesh, el héroe que busca afanosamente la inmortalidad, nos impresiona como si hubiese sido escrito ayer por la mañana.
COMO decíamos, la escritura, y su posterior lectura, nos sirve para, en cierto modo, hacernos inmortales, para romper las fronteras de lo espacial y lo temporal. Pero leer es eso y mucho más que eso. Ortega nos contó, en su más que citada Misión del bibliotecario, que un tigre es siempre el mismo. No puede superar de ninguna manera las barreras de su especie. Está condenado a ser siempre el mismo. Podrá variar el número de sus rayas, la intensidad de su color, su grado de ferocidad… pero siempre será el mismo tigre.
Frente a ese tigre inmutable (y también, cierto es, inmortal: ningún tigre sabe que algún dia va a morir) el ser humano, cada ser humano, es único. Trasciende lo meramente genérico y, a través del proceso acumulativo del saber, aprende lo que ya saben otros e incluso, a partir de lo aprendido, puede él mismo incrementar ese caudal de conocimientos.
Cierto es que en las culturas orales ese proceso existe, pero no es menos cierto que la escritura y la lectura son las que han permitido multiplicar hasta el infinito ese proceso nunca detenido del aprendizaje de los seres humanos y de la multiplicación de lo que cada generación ha aprendido.
Además de todo lo dicho, y probablemente en primer lugar, la lectura es libertad. La auténtica escritura, y la lectura por consiguiente, es el mayor y mejor ejercicio de libertad que cualquier ser humano puede llevar a cabo.
No hace falta estudiar demasiada historia para ver cómo cualquier sistema autocrático ha señalado al libro como a uno de sus peores enemigos. Y con razón. Las más grandes revoluciones que han tenido lugar en la historia de la humanidad no han sido las que ocasionan guerras, destrucción y muerte. En absoluto. Las más grandes revoluciones han venido dadas por libros. La Biblia, el Corán, las obras de Kant, de Hegel y de tantos otros han cambiado esencialmente nuestra manera de ver y entender la vida o, lo que es lo mismo, nos sirven para intentar entendernos a nosotros mismos, para intentar encontrar respuestas a las grandes preguntas, las básicas, las de siempre.
Pero, además, la lectura es libertad en un sentido aún más individual, más personal si se quiere: no nos pueden obligar a amar, o a odiar; de la misma manera, aunque algunos se empeñen en lo contrario, no se puede obligar a nadie a leer. Se le podrá obligar a estar delante de un libro, pero leer, lo que se dice leer, sólo leemos los que lo hacemos porque sí, porque nos apetece o, más en corto, porque nos da la real gana.
Yo soy yo… y mis lecturas, que diría Don José.
Fuente: https://www.elmundo.es/opinion/tribuna-libre/2009/04/2633982.html